Un nuevo ejemplar de temática radial ha
llegado a mis retinas, en esta ocasión gracias al amigo brasileño Cassiano
Alves Macedo y con el que tuve el placer de encontrarme a primeros de año en la
Ciudad Condal en su recorrido europeo.
Cassiano lleva varias décadas al
frente del programa DX de Rádio Aparecida, así que no era una persona
desconocida para mí y, por algún lugar de casa, debe estar la correspondencia
de alguna escucha de la emisora brasileña.
En uno de sus correos me informaba de
la salida de este libro realizado por el profesor Argolo, le manifesté mi
interés y pocas semanas después lo tenía en casa: Miles de gracias por este
valioso aporte que acabo de leer.
Digamos, de entrada, que se trata de
todo un profesional de la especialidad, que Argolo domina, perfectamente, el
lenguaje e incluso tiene una habilidad especial para ver más allá de donde
otros apenas vislumbramos una tarjeta con su imagen, sus datos y su belleza –no
todas las QSL son bonitas en el término de la palabra-imagen, pero hay muchas
que son extraordinarias a pesar de ser un simple trozo de papel: por su
exotismo o su extraordinaria dificultad en obtener el ansiado acuse de recibo-.
Todavía recuerdo las alegrías que me llevaba cuando llegaba a casa el correo de
Radio Japón, para mí, y en aquellos momentos, las QSL más hermosas: ¡Qué
fotografías, qué puesta en escena! Años después, las técnicas de impresión
avanzarían una barbaridad y hoy hay tarjetas de endiablada atracción para el
oyente.
Las imágenes de la radio nos
acercan a un mundo que, por primera vez, tengo conocimiento se haya hecho algo:
la imprescindible puesta en escena y el contraste de las tarjetas QSL dentro de
un contexto histórico concreto (Guerra Fría) y unos años (70/80 del siglo XX).
Así que, posiblemente, al ser el primer material de estas características que
cae en mis manos tiene, como todas las cosas primigenias, un alto puntaje.
Porque Argolo no sólo nos devuelve a lo mejor de nuestros años de radioescucha,
sino a una época histórica que, a pesar de las dificultades, resultaba
realmente emocionante si comparamos con lo que nos cayó en el XXI y su
globalización desbocada en donde lo único que no deja de crecer es la desazón y
el pesimismo. Sólo faltaban los crecimientos de los fenómenos ismos (populismo,
nacionalismo, comunismo, etc.) para llevarnos hacia un panorama que no se
presenta nada halagüeño, pero volvamos al libro.
Argolo se centra en el mundo de las
verificaciones, sí es cierto que de manera limitada, ya que no es posible tener
todos los materiales que en aquellos años dorados realizaran las emisoras
internacionales. Por ejemplo, le faltan las que se hacían expresamente para los
monitores que diferían de las QSL habituales, aunque no fuera el caso de
todas las emisoras. También, es verdad, se concentra en dos áreas lingüísticas
la española y la portuguesa y una audiencia/destino específica: Brasil.
Concentrado entonces en las emisoras que utilizaban ese par de lenguas ibéricas,
especialmente en las que tenían programación para la audiencia brasileña, hace
que acote el terreno y se ponga, en cierta medida, un punto fijo para la
investigación. Sí que es verdad que no encontré nada alusivo a la radio
clandestina, no muy beligerante en portugués, pero sí lo suficientemente en
español. Sin duda esas tarjetas habrían hecho las delicias de los aficionados.
Los que deseen admirarlas hoy, con la red, es relativamente fácil con sólo un
clic y basta indagar por las Radios Clandestinas que tiene páginas realmente
maravillosas y que no todas las emisoras de prestigio llegaron a llenar
entonces.
Nos deleita con su manera de llegar a
la radio que nos relata en la pequeña descripción de la contraportada de su
obra, veamos: “En el centro de la sala, tapado con una toalla, un receptor de
radio Nordson destacaba en el ambiente familiar. Contagiado por sus canciones,
me interesé por él en mi infancia. Como residía lejos de la ciudad, su
importancia vino a prender en la necesidad de ampliar el acervo cultural o
dejar el aislamiento. La radio era el cartero que traía mensajes, el reloj que
daba la hora, el tocadiscos que hacía sonar mi música preferida o simplemente
el placer de escuchar el diario hablado. Aunque constreñido en un espacio
rural, era posible estar en sintonía con varios centros urbanos. Por eso, entre
noticias y entretenimiento, una cosa siempre me encantaba de la radio: su
posibilidad de conducirme a lugares y sensaciones nunca antes imaginados”.
¿Quién no queda atrapado en esa descripción
que, a fin de cuentas, es la de muchos de los que hemos disfrutado de esta
sana, educativa y, sin duda alguna, maravillosa parcela de la técnica que nos
abrió el mundo cuando éramos críos? ¿Cuántas veces he relatado mi manera de
llegar a la radio gracias al regazo de mi padre que me acogía con ese amor que
los padres suelen dar a sus hijos en esos años maravillosos de la infancia?
Esos años que no deberían de haberse acabado nunca, porque son los años que
verdaderamente uno, a pesar de todo, es realmente libre y tiene pocos
compromisos salvo los juegos y los amigos: acabados estos entrabas en otro
mundo, que era el familiar y que quedaba acotado, sobre todo en las
tardes-noches de invierno, cuando cada mochuelo se iba a su agujero; o como
diría TIN era la hora de los locos lechuceros que tanto dio con RADIO NUEVO
MUNDO y que, las nuevas tecnologías y la FM –sin duda intereses que nada tienen
que ver con la radio- acabaron cercenando aquella libertad de ponernos a buscar
cuando llegaba la noche (podría ser otra parcela que Argolo no trata, aunque
realmente esa ya no es radiodifusión internacional, aunque a veces, llegaba con
más claridad a nuestros receptores gracias a la magia de la propagación y la
noche: las emisoras tropicales eran una de esas fiestas que, llegado el
momento, te permitía saber más de Venezuela, Colombia, Ecuador, Costa Rica,
Perú, Honduras… ¡Por poner los países que llegaban con más regularidad!
Nos adentra en el mundo teórico
gracias a McLuhan –el mismo que yo tuve que estudiar en mis primeros años de
Universidad a finales de los setenta, todavía me pregunto cómo era posible
estar seis horas en la Escuela de Magisterio y después 7 más en el trabajo y,
encima, conseguir una puntuación rozando el máximo, pues con una media de 15
asignaturas/año, realmente siempre hay materia en la que uno acaba bajando la
media y, dibujo, por ejemplo, era una de esas “piezas” que me amargaban el
curso- y trata el lenguaje desde una perspectiva que sólo el especialista es
capaz de desmenuzar. Por lo demás, ese repaso a la radio en aquella época es
toda una gozada para el que la vivió, porque sin proponérselo, en mi caso, me
ha hecho vivir cantidad de sensaciones que creía perdidas; pero basta que
alguien hurgue para que esa sensibilidad vuelva a brotar. Ver algunas tarjetas
que yo mismo tengo, es otra de esas agradables sensaciones de no “estar solo” pues, salvo los más directos, cuando dices
que te gusta la radioescucha, te miran como si fueras un marciano. Aquellas
escapadas/acampadas DX con los colegas de la ADXB-Barcelona, en cierta medida,
están también en ese mundo imaginario que nos analiza y desmenuza, con
maestría, el profesor Argolo.
Otro tramo que también analiza es el
fabuloso mundo del sello en el ejemplo del programa de RADIO HABANA CUBA “EL MUNDO
DE LA FILATELIA” y que, tras contestar la pregunta, la emisora te enviaba los
bellos sobres de primer día desde la Perla de las Antillas; por cierto había
varios emisoras más con ese tipo de atenciones, aunque personalmente destacaría
Radio Praga y la inolvidable Brita Brand de Radio Suecia con la que varias
veces me encontré en la vida real. Recuerdo que entonces tenía un listado de
una decena de emisoras y a las que semana tras semana me dirigía para tratar de
hacerme con aquellas bellas estampillas, exóticas, pulcramente mataselladas y,
sobre todo, gracias a la radio.
En fin un libro que merece la pena
conocer, es evidente que para los españoles supone un pequeño esfuerzo su
lectura, pero no es difícil realizarla si además eres radioescucha o diexista,
algo consustancial a las lenguas, muchas veces extrañas y que te exprimes para
realizar los informes de escucha, sobre todo en estos momentos históricos en
que las lenguas ibéricas prácticamente están en un retroceso bestial en cuanto
a la época analizada donde, salvo Oceanía, todos los continentes hablaban al
mundo en las lenguas de Cervantes o Camoes.
Ya saben, toda una inversión
rentable (de tiempo), que un jubilado -siempre- se puede permitir y, además,
disfrutar con la lectura de un tema que está, intrínsicamente, unido a tu
propia vida. Recuerden, -también- que la lectura combate la estolidez que nos
inunda en este territorio convertido en un sinvivir por obra y gracia del
supremacismo excluyente y el populismo idiotizante. Total, únicamente, para cambiar
la silla o como tan magistralmente sentenciaba mi padre: En este mundo la única
verdad es que todo es mentira. O “esto es el partido zambomba: quítate tú pa
que yo me ponga!
¡Que lo disfruten y gracias amigos
brasileños por esta semana de placentero gozo sin límites! ¡Cuánta diferencia
respecto a sesudas obras de “teóricas doctoras” analizadas en anteriores
entregas en este mismo rincón! Aportes como el del colega de afición y
profesión, Antonio Argolo, hacen que uno crea que es posible la redención, que
es posible la honestidad, que es posible hacer cosas bien hechas, con cara y
ojos y no meros panfletos pagados con el dinero de todos y que demuestran la
incompetencia en los estudios en este momento de la historia de España.
Argolo tenía clara la idea y llevó
adelante una nueva entrega de literatura radial, con clase, con conocimiento de
causa y sin arriesgar innecesariamente, sino tratando de dar contenido a un
momento de la historia de la radio. Y, créanme, lo consigue de sobras. Eché de
menos un índice onomástico/toponímico que, con seguridad, facilitaría las cosas
a futuros estudiosos. No están todas las QSL de aquellos años, pero sí aquellas
que en concreto facilitaban su trabajo. Impresionante que esos maravillosos
documentos hayan dado para más de 300 páginas. ¡Felicidades, Saudade amigos
brasileños!